sábado, 22 de octubre de 2011

LA FELICIDAD DE NUESTROS HIJOS

Dicen que dijo Jorge Luís Borges: “He cometido el peor de los pecados. El que nadie debería cometer: no he sido feliz”.

En nuestras manos tenemos la felicidad de nuestros hijos, pero mal podríamos enseñarles a ser felices si nosotros no lo somos.

Como en todo lo que pretendemos inculcar a los demás, primero debemos tenerlo incorporado nosotros, o al menos, luchar para ir incorporándolo en nuestras vidas.

Es verdad que nadie da lo que no tiene, pero siempre es tiempo para conseguirlo. Y si se nos va la vida en este intento, habremos enseñado al menos, que todos podemos luchar y que es algo que está al alcance de todos los bolsillos.

La felicidad no se compra, porque no está en las cosas materiales, sino en las del alma. La felicidad la da la paz del espíritu, la da la amistad, una buena convivencia, la comprensión, el amar y el sentirnos amados, el ir superándonos para dejar atrás nuestro egoísmo, pensando en el otro. Todo esto y mucho más es la riqueza del hombre que produce esa placidez, ese bienestar que son sinónimos de felicidad.

Podríamos redondear diciendo que en la medida que enseñemos a nuestros hijos los valores humanos, las virtudes, los haremos más felices a ellos y seremos nosotros felices viendo que vamos logrando el fin que nos hemos propuesto que no es otro más que el fin del hombre sobre la tierra: su perfección.

Los padres tenemos una tarea divina que es la de secundar al Creador y obedecer a Quien vino a enseñarnos y nos dio un mandato que no podemos desoír: “Sed perfectos como mi Padre Celestial es perfecto”.

                                                        STELLA MARIS VILLA DE ARONNA

                                                                               Orientadora Familiar


   
                                                

sábado, 15 de octubre de 2011

EL JUEGO DE LA VIDA



Imagina la vida como un juego en el cual tú te encuentras haciendo malabares con 5 pelotas en el aire. Las nombras: trabajo, familia, salud, amigos y espíritu, y las mantienes todas en el aire. Tú entenderás que la pelota del trabajo es de hule, y si la dejas caer, regresará a ti, pero las otras 4 pelotas (familia, salud, amigos y espíritu) son de cristal; si dejas caer alguna de ellas, éstas serán irremediablemente marcadas, maltratadas, cuarteadas, dañadas o hasta rotas, y jamás volverá a ser lo mismo.

Debes entender esto y lograr un balance en tu vida, ¿cómo?

- No te menosprecies comparándote con otros, todos somos diferentes y cada uno tiene algo especial.

- No traces tus metas y objetivos basado en lo que resulta importante para la demás gente, sólo tú sabes qué es lo mejor para ti.

- No des por olvidadas las cosas que se encuentran cerca de tu corazón, aférrate a ellas como de la vida porque sin ellas la vida carece de significado.

- No dejes que tu vida se te resbale de los dedos viviendo en el pasado o para el futuro, vive tu vida un día a la vez y ¡vivirás todos los días de tu vida!

- No te des por vencido cuando aún tengas algo que dar, nada se da por terminado hasta el momento en que dejas de intentarlo.

- Que no te dé miedo admitir que eres menos que perfecto, pues ésta es la frágil línea que nos mantiene unidos a los demás.

- No tengas miedo a enfrentar los riesgos, es tomando estas oportunidades que aprendemos a ser valientes.

- No saques el amor de tu vida diciendo que es imposible de encontrar: la manera mas rápida de recibir amor es darlo; la manera mas rápida de perderlo es apretarlo a nosotros demasiado, y la mejor manera de mantenerlo es darle alas.

- No pases por la vida tan rápido que no solamente olvides de dónde vienes, sino también a dónde vas.

- Nunca olvides que la necesidad emocional más grande de una persona es sentirse apreciada.

- No tengas miedo de aprender, el conocimiento es liviano, es un tesoro que siempre cargarás fácilmente.

- No uses el tiempo ni las palabras sin cuidado, ninguna de las dos es remediable.

- La vida no es una carrera, es una jornada para saborear cada paso del camino.


martes, 4 de octubre de 2011

 LA VIRTUD DE LA FIDELIDAD

Enseña Santo Tomás que amamos a alguien cuando queremos el bien para él; si, en cambio, intentamos sacar provecho del otro porque nos agrada o nos es útil para algo, entonces propiamente no lo amamos: lo deseamos. Cuando amamos, cuando queremos el bien para otro, toda nuestra persona se entrega a ese amor, con independencia de gustos y de estados de ánimo: “la paga y el jornal del amor es recibir más amor” (San Juan de la Cruz).

Hemos de estar firmemente persuadidos de que lo principal del amor no es el sentimiento, sino la voluntad y las obras; y exige esfuerzo, sacrificio y entrega. El sentimiento y los estados de ánimo son mudables y sobre ellos no se puede construir algo tan fundamental como es la fidelidad. Esta virtud adquiere su firmeza del amor, del amor verdadero. Por eso,  cuando el amor –el humano y el divino- ha pasado ya por el período de mayor sentimiento, lo que queda no es lo menos importante, sino lo esencial, lo que da sentido a todo

FRANCISCO FERNÁNDEZ CARVAJAL  (Extracto)

Y DIOS LLORÓ

Una famosa periodista había entrevistado a los personajes más famosos del mundo; artistas, políticos, escritores, gobernantes, inventores e ingenieros. Le apasionaba la vida de aquellos que más habían influido en su comunidad o naciones, y su pregunta más categórica era aquella que enfrentaba a estos personajes con sus propias obras.

Un día de camino a su oficina le dijo a su redactor que siempre había soñado con entrevistar al mismo Dios y hacerle la gran pregunta de su vida, la cual estaría relacionada con su obra máxima: el hombre. De repente, se vio envuelta por una gran luz en medio de un torbellino: - Para, me dijo. ¿Así que quieres entrevistarme? - Bueno, le contesté, si es que tienes tiempo.

Se sonrió por entre la barba y dijo:- Mi tiempo se llama eternidad y alcanza para todo. ¿Qué pregunta quieres hacerme? - Ninguna nueva ni difícil, para ti: ¿qué comentario te merece el hombre a quien creaste a tu imagen y semejanza?

Un poco entristecido, Dios me respondió:

Que se aburre de ser niño por la prisa de crecer, y luego suspira por volver a ser niño.

Que primero pierde la salud para tener dinero y enseguida pierde el dinero para recuperar la salud.

Que se pasa toda la vida acumulando bienes que jamás disfrutará y sus hijos derrocharán.

Que por pensar ansiosamente en el futuro, descuida su hora actual, y ni vive el presente ni el futuro.

Que se pasa toda la vida tratando de ser feliz y se olvida que la felicidad no es otra cosa que la capacidad de disfrutar lo que se tiene.

Que se priva de disfrutar de sus hijos por el afán de progresar y cuando ya lo logra, descubre que perdió irremediablemente a sus hijos.

Que se pasa toda la vida acumulando conocimientos y títulos, olvidándose que lo único importante es el amor.

Que se pasa la vida buscando triunfos externos cuando ha fracasado en el hogar.

Que se pasa la vida buscando la aprobación de los demás, cuando ni siquiera él mismo se aprueba.

Que se pasa la vida buscando el golpe de suerte ignorando que ésta es producto de sus decisiones.

Que se pasa la vida cambiando a los amigos, sin comprender que son los amigos los que cambian.

Que se pasa la vida acumulando el dinero que compra todo, menos la felicidad.

Que se pasa la vida acumulando rencores contra sus ofensores y lo único que obtiene es perjudicarse a sí mismo.

Que vive como si no fuera a morirse y, sin embargo, se muere como si no hubiera vivido.

Que creé al hombre para que sea feliz, pero él escogió la infelicidad.

Por primera vez vi a Dios llorar...

domingo, 18 de septiembre de 2011

EL VALOR DE LA PRUDENCIA



Esta historia fue contada durante una conferencia sobre la simplicidad en el mundo del trabajo por una directora empresarial. Ella utilizó el escenario para ilustrar la cantidad de energía que gastamos sólo para demostrar que tenemos razón, independientemente de tenerla o no.

¿Ser feliz o tener razón?

8 p.m. en una concurrida avenida. Una pareja va retrasada para cenar con unos amigos. La dirección es en un rumbo que no suelen frecuentar por lo que ella consulta el mapa antes de salir. Él conduce y ella le orienta, le indica que gire en la siguiente calle a la izquierda. Él argumenta muy seguro que es hacia la derecha. Inicia la discusión y casi al instante ella calla y él decide girar a la derecha. En pocos minutos él se da cuenta de que estaba equivocado. Aunque le resulta difícil admite que tomó el camino equivocado, al tiempo que inicia el retorno. Ella en silencio le sonríe con camaradería.

Finalmente llegan a la cita y se disculpan por el retraso. La noche transcurre grata y amena.

Una vez emprendido el camino de regreso, él, aún apenado le dice a ella: -"Si estabas segura de que yo tomaba el camino equivocado, ¿por qué no insististe para que me fuera por el correcto?

A lo que ella responde:

- "Con el retraso y el congestionado tráfico que encontramos, nuestros ánimos estaban calentándose, estábamos a punto de una agria discusión si insistía más, ¡ Y eso habría estropeado nuestra noche! Créeme que: Entre Tener la Razón y Ser Feliz, ¡prefiero Ser Feliz!".

La PRUDENCIA es la virtud que nos impide comportarnos de manera ciega e irreflexiva en las múltiples situaciones que debemos sortear en la vida.

La PRUDENCIA nos ayuda a reflexionar y a considerar los efectos que pueden producir nuestras palabras y acciones, teniendo como resultado un actuar correcto en cualquier circunstancia.

La PRUDENCIA no significa silencio, sino sigilo

La PRUDENCIA es, decidida, activa, emprendedora y comprensiva.

La PRUDENCIA nos hace precavidos, moderados, respetuosos, sensatos, responsables y cuidadosos.


sábado, 17 de septiembre de 2011

MATRIMONIO


En un seminario en el que yo hablaba sobre el concepto de proactividad, un hombre dijo: "Stephen, me gusta lo que dice. Pero las cosas son diferentes en la realidad. Por ejemplo, estoy realmente preocupado por mi matrimonio . A mi esposa y a mí ya no nos unen los viejos sentimientos. Supongo que ya no la amo, y que ella ya no me ama a mí ¿Qué puedo hacer?".
-¿Ya no sienten nada el uno por el otro?-pregunté.
-Así es. Y tenemos tres hijos ¿Usted qué sugiere?
-Ámela -le contesté.
-Pero le digo que ese sentimiento ya no existe entre nosotros.
-Ámela.
-No entiende?. El amor ha desaparecido.
-Entonces ámela. Si el sentimiento ha desaparecido, ésa es una buena razón para amarla.
-Pero, ¿cómo amar cuando uno no ama?
-Amar, querido amigo, es un verbo. El amor, el sentimiento, es fruto del verbo amar, la acción. De modo que ámela. Sírvala! Sacrifíquese por ella! Escúchela! Comparta sus sentimientos! Apréciela! Apóyela!
¿Estaría dispuesto a hacerlo?
Stephen Covey

martes, 13 de septiembre de 2011

CON POCAS PALABRAS, BASTA


Muchas veces nos rompemos la cabeza pensando de qué manera podemos hacernos entender mejor por nuestros hijos. Nos da la impresión de que les estamos hablando en alguna lengua muerta por la cara que ponen cuando les damos una consigna o queremos explicarles algo.

Y a veces tendremos que reconocer que si bien no estamos hablando en chino u otro idioma igualmente entendible, sí les estamos hablando sin fundamento, sin autoridad, sin coherencia...

Es nuestro deber de padres dar el ejemplo. Esto está entendido y aceptado por todo el mundo, es verdad, pero lo que no es verdad es que a veces (sólo a veces) no somos coherentes y nos desautorizamos solitos cuando decimos una cosa y hacemos otra. Parece que las virtudes son para predicarlas pero no para practicarlas, dijo alguien. Y esto sirve, no sólo para las virtudes, sino para toda enseñanza que queramos darle a nuestros hijos.

Es una verdad muy grande que ellos harán lo que nos vean hacer, y no lo que les digamos. Aunque esto sea algo muy importante y valioso. Nuestro discurso no tendrá validez si no está respaldado por nuestros hechos, por nuestro ejemplo. Sólo así ganaremos el respeto y la autoridad que se nos debe por ser padres.

Vale decir, entonces, que no debemos preocuparnos demasiado en qué le diremos a nuestros hijos, sino en cómo. Y el cómo es ni más ni menos que el ejemplo.

Dijo alguien que el ejemplo prepara la tierra en la que fructificará la palabra.

Nuestros hijos no necesitan padres doctos, sino padres coherentes que los quieran un montón.

                              
                                                                        STELLA MARIS VILLA DE ARONNA
                                                                                      Orientadora Familiar